En una conversación
un amigo, artista de la plástica me confesaba ―y empleo palabras textuales― que
el crítico es un mal necesario.
Tres cuartillas de disertaciones y solo los dos últimos párrafos dedicados al
artista. Los creadores se cuestionaban el papel del crítico cuando lo
definían como un especialista más preocupado por la destreza de su texto en
virtud de la demostración de un sólido conocimiento, y menos por la poética y
el análisis de las obras del artista sobre el que discursaban, perdón
–teorizaban. Aun así apunto: el crítico no escribe para complacer al artista y
tanto el uno como el otro no deben soslayar esa cuestión.
El artista no puede pretender que el crítico escriba para satisfacer sus caprichos, que analice la obra a través de su mirada; no, el crítico la ve con ojos propios, unos ojos entrenados por un cúmulo de referencias visuales y técnicas de apreciación. Conjuntamente, no es obviable que es también un individuo que como el resto del público asume su propia interpretación en correspondencia a su experiencia vital.
En el caso inverso,
si el crítico escribiese para el artista, la historiografía del arte estaría
atiborrada de obras encomiables y todos los creadores fueran genios, grandes
maestros de la palestra artística. El crítico dejaría de ser una figura en
potencia dentro del circuito artístico para convertirse en un siervo
irreferenciable al servicio del creador.
Sumergida en
discursos estructuralistas, semióticos y hermenéuticos legados de mi etapa
universitaria, hoy me replanteo en los derroteros de mi discurso, la puesta en
práctica de lo que aprendí. Cada día se hace más inminente la censura a la
figura del pseudocrítico, y que sin ánimo de ser complaciente con aquellos que
la emiten sino de indagar en el por qué lo hacen, me lleva a cuestionarme cuál es nuestro
verdadero rol sociocultural.
Sin
cuestionamientos, el crítico es un
sujeto necesario dentro del circuito artístico. La crítica de arte, unida al
mercado y los espacios expositivos, legitima a la obra y el artista, la/lo
encumbra o sepulta ante el público y los coleccionistas, por ello contribuye
además a su promoción. Es el criterio confiable de un especialista para quien
mientras más reconocido sea, mayor
confiabilidad tendrá su juicio.
El crítico de arte
es un mediador entre el artista, dígase obra de arte, y el público; un
comunicador capacitado para decodificar el mensaje de la pieza y trasmitirlo.
El lenguaje del
discurso crítico dependerá de las características del público de arte. A saber que el producto
artístico no es recepcionado por la masividad, si no por una minoría
intelectual -pensar de otra manera es
solo un bello sueño; el arte (las actividades creadoras y receptivas) pertenece
a una élite de la población; en cualquier parte del mundo y en cualquier época
se ha narrado la misma historia. El público de arte se resume a los artistas,
especialistas, estudiantes de arte, coleccionistas, amantes del arte en general,
dígase todo tipo de individuo con sensibilidad artística que se acerca al
espacio galerístico.
No obstante, y lo
que intento censurar del lenguaje crítico que se ha puesto de moda para muchos
-que al parecer intentan demostrar algo- es que su complejidad, colmado de
tecnicismos, excesivas referencias y conceptualizaciones teóricas, desconocidas
para la mayoría del público, limita la cifra de receptores de este tipo de
discurso a otro, aun más reducido grupo, integrado por teóricos y críticos
fundamentalmente. Llamémosle entonces a
este tipo de discurso, una crítica escrita para críticos -que es más bien un
alarde de saberes.
No pretendo
desvalorizar a la Estética
y la Teoría Cultural;
en cambio, reconozco su importancia, pero ello no significa que deban concebir
la generalidad de los análisis formales y conceptuales de las obras de arte. Su
función debe ser la de crear un bagaje cultural que el especialista emplea como
herramienta para la formulación de sus disertaciones, y que late implícito en
cada palabra; pero abusar de ello conduce a la incomunicación, y en
consecuencia, al quebrantamiento de la función del crítico.
Con frecuencia los
peudocríticos censuran esa crítica de arte impresionista,
apunto basada en la impresión, que carece de terminología técnica específica y
prescinde de profundos análisis teóricos. Dentro de los impresionistas algunos son especialistas que se sienten cómodos o
motivados por este tipo de discurso, otros
son personas que aún dentro del medio cultural, no ejercen la crítica
propiamente sino una actividad creadora como escritores o artistas, por citar
ejemplos.
También es cierto
que en los últimos tiempos, la crítica coquetea abiertamente con la literatura mediante
el verbo y la pluma poscríticas. No hallo reparos al respecto, el crítico es
también un creador, con derecho pleno a experimentar con su discurso. No
obstante, ¡cuidado! no debe olvidar el medio para el cual escribe y por lo
tanto las peculiaridades de cada público (nuevamente el público, personaje esencial
dentro del proceso artístico) para someter al lenguaje en virtud de la
comunicación.
La crítica de arte,
del ya, del hoy y el ahora, asiste a una batalla clandestina, tal vez no
reconocida aun, una lucha de contrarios que esgrimen discursos diferentes, por
la superioridad de uno sobre otro.
Con independencia
del tipo de disertación y de los perfiles de quienes lo esgrimen siempre
existirán buenos y malos ensayos; como existen artistas brillantes y mediocres,
escritores y aspirantes a serlo... El buen arte nace de la triunfo de la
emoción sobre la razón, aunque es deudor de ambas; su finalidad tributa a su
esencia placentera.
La crítica de arte
también es un concilio de emoción y razón. Tras el análisis científico debe
habitar la conmoción suscitada, para evitar fríos acercamientos; así como el
conocimiento especializado remoza el examen impresionista.
En este punto, declaro nuevamente que la crítica es cómplice eterna de la
comunicación. La elevada retórica siempre será un obstáculo para el
acercamiento al fenómeno artístico; también hay belleza en la sencillez de
expresión.
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