jueves, 26 de diciembre de 2013

Algunas reflexiones sobre la crítica de arte



En una conversación un amigo, artista de la plástica me confesaba ―y empleo palabras textuales― que el crítico es un mal necesario.

Tres cuartillas de disertaciones  y solo los dos últimos párrafos dedicados al artista. Los creadores se cuestionaban el papel del crítico cuando lo definían como un especialista más preocupado por la destreza de su texto en virtud de la demostración de un sólido conocimiento, y menos por la poética y el análisis de las obras del artista sobre el que discursaban, perdón –teorizaban. Aun así apunto: el crítico no escribe para complacer al artista y tanto el uno como el otro no deben soslayar esa cuestión.

El artista no puede pretender que el crítico escriba para satisfacer sus caprichos, que analice la obra a  través de su mirada; no, el crítico la ve con ojos propios, unos ojos entrenados por un cúmulo de referencias visuales y técnicas de apreciación. Conjuntamente, no es obviable que es también un individuo que como el resto del público asume su propia interpretación en correspondencia a su experiencia vital.
En el caso inverso, si el crítico escribiese para el artista, la historiografía del arte estaría atiborrada de obras encomiables y todos los creadores fueran genios, grandes maestros de la palestra artística. El crítico dejaría de ser una figura en potencia dentro del circuito artístico para convertirse en un siervo irreferenciable al servicio del creador. 
Sumergida en discursos estructuralistas, semióticos y hermenéuticos legados de mi etapa universitaria, hoy me replanteo en los derroteros de mi discurso, la puesta en práctica de lo que aprendí. Cada día se hace más inminente la censura a la figura del pseudocrítico, y que sin ánimo de ser complaciente con aquellos que la emiten sino de indagar en el por qué lo hacen,  me lleva a cuestionarme cuál es nuestro verdadero rol sociocultural.
Sin cuestionamientos,  el crítico es un sujeto necesario dentro del circuito artístico. La crítica de arte, unida al mercado y los espacios expositivos,  legitima a la obra y el artista, la/lo encumbra o sepulta ante el público y los coleccionistas, por ello contribuye además a su promoción. Es el criterio confiable de un especialista para quien mientras más reconocido sea,  mayor confiabilidad tendrá su juicio.
El crítico de arte es un mediador entre el artista, dígase obra de arte, y el público; un comunicador capacitado para decodificar el mensaje de la pieza y trasmitirlo.
El lenguaje del discurso crítico dependerá de las características del  público de arte. A saber que el producto artístico no es recepcionado por la masividad, si no por una minoría intelectual  -pensar de otra manera es solo un bello sueño; el arte (las actividades creadoras y receptivas) pertenece a una élite de la población; en cualquier parte del mundo y en cualquier época se ha narrado la misma historia. El público de arte se resume a los artistas, especialistas, estudiantes de arte, coleccionistas, amantes del arte en general, dígase todo tipo de individuo con sensibilidad artística que se acerca al espacio galerístico.
No obstante, y lo que intento censurar del lenguaje crítico que se ha puesto de moda para muchos -que al parecer intentan demostrar algo- es que su complejidad, colmado de tecnicismos, excesivas referencias y conceptualizaciones teóricas, desconocidas para la mayoría del público, limita la cifra de receptores de este tipo de discurso a otro, aun más reducido grupo, integrado por teóricos y críticos fundamentalmente.  Llamémosle entonces a este tipo de discurso, una crítica escrita para críticos -que es más bien un alarde de saberes.
No pretendo desvalorizar a la Estética y la Teoría Cultural; en cambio, reconozco su importancia, pero ello no significa que deban concebir la generalidad de los análisis formales y conceptuales de las obras de arte. Su función debe ser la de crear un bagaje cultural que el especialista emplea como herramienta para la formulación de sus disertaciones, y que late implícito en cada palabra; pero abusar de ello conduce a la incomunicación, y en consecuencia, al quebrantamiento de la función del crítico.
Con frecuencia los peudocríticos censuran esa crítica de arte impresionista, apunto basada en la impresión, que carece de terminología técnica específica y prescinde de profundos análisis teóricos. Dentro de los impresionistas algunos son especialistas que se sienten cómodos o motivados por este tipo de discurso, otros  son personas que aún dentro del medio cultural, no ejercen la crítica propiamente sino una actividad creadora como escritores o artistas, por citar ejemplos.   
También es cierto que en los últimos tiempos, la crítica coquetea abiertamente con la literatura mediante el verbo y la pluma poscríticas. No hallo reparos al respecto, el crítico es también un creador, con derecho pleno a experimentar con su discurso. No obstante, ¡cuidado! no debe olvidar el medio para el cual escribe y por lo tanto las peculiaridades de cada público (nuevamente el público, personaje esencial dentro del proceso artístico) para someter al lenguaje en virtud de la comunicación.
La crítica de arte, del ya, del hoy y el ahora, asiste a una batalla clandestina, tal vez no reconocida aun, una lucha de contrarios que esgrimen discursos diferentes, por la superioridad de uno sobre otro.
Con independencia del tipo de disertación y de los perfiles de quienes lo esgrimen siempre existirán buenos y malos ensayos; como existen artistas brillantes y mediocres, escritores y aspirantes a serlo... El buen arte nace de la triunfo de la emoción sobre la razón, aunque es deudor de ambas; su finalidad tributa a su esencia placentera.
La crítica de arte también es un concilio de emoción y razón. Tras el análisis científico debe habitar la conmoción suscitada, para evitar fríos acercamientos; así como el conocimiento especializado remoza el examen impresionista. En este punto, declaro nuevamente que la crítica es cómplice eterna de la comunicación. La elevada retórica siempre será un obstáculo para el acercamiento al fenómeno artístico; también hay belleza en la sencillez de expresión.

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